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REFUGIO POÉTICO

La guarida de los locos soñadores

Bienvenido nuevamente a este espacio pensado y diseñado para ti, que amas las letras o sientes curiosidad por todo lo que trama el universo literario. Aquí encontrarás relatosversos imágenes que, espero, calen hondo en tu mente y te lleven a soñar otros mundos posibles.

Para este último domingo del mes de agosto te tengo algo asombroso. ¿Te inquietan los maniquíes? Pues prepárate para este cuento de largo alcance del gran cuentista colombiano: Evelio Rosero, quien hoy nos deleitará con “Novias de noche” un relato que atraviesa los confines del absurdo, para desenmascararnos como especie. 

¡Buen apetito!


NOVIAS DE NOCHE

Por Evelio Rosero

Las cosas que tienen que sucedemos.
Ahora, por ejemplo, llegan varios hombres al almacén, uniformados con overoles grises, y nos eligen de un grupo de por lo menos cien maniquíes. Ambas somos de igual estatura, calvas y blancas, y tenemos rosadas las mejillas, los ojos azules y las uñas pintadas. Nos meten en un furgón y después de un viaje estruendoso llegamos a una tienda de ropa y perfumes para señora. Nos instalan en una vitrina ornamentada como iglesia: ángeles de mármol, biblias, cirios, rosas, un atrio. Suben dos mujeres al interior de la vitrina y nos contemplan. Nos cambian de lugar y luego cambian de idea: seguimos en el mismo sitio. Y nos decoran amorosamente a cada una con un traje de novia: hay tanto amor en las manos de las mujeres que parece que ellas mismas se vistieran para sus mismas bodas. No olvidan los más íntimos detalles. Por ellas, por su amor, tenemos vellos dorados en el pubis, cabellos frondosos y suave pelo en las cejas, y los encajes y sedas que nos recubren son los más delicados, los de una virgen que lo merece todo.

Algunos transeúntes, desde afuera, se ponen a examinarnos con entusiasmo. Somos perfectas; dos novias a punto de boda. Las mujeres desaparecen de la vitrina y quedamos las dos solas, ante el altar. Es como si el órgano empezara a sonar y los cirios se encendieran y transeúntes invisibles comulgaran con nosotras, arrodillados, arrobados en nuestra blancura. Tenemos completos los vestidos. Tenemos ligas rosadas. Y una cadena de oro rodea nuestros tobillos.

Llega la noche y un gran auto negro se estaciona ante la vitrina. El chofer abre la puerta trasera. Sale un señor muy viejo con sombrero de fieltro y bastón y se queda observándonos estupefacto. Entra y le dice a las vendedoras que quiere comprar los vestidos de novia con todo y maniquíes.

Dice que pagará lo que sea. Las dos mujeres consultan con el administrador. Nosotras escuchamos conmocionadas.

Nos han comprado. El señor del sombrero paga; abandona el almacén y se mete dentro del auto negro. Su cara asoma por la ventanilla, «Aquí», dice. Las dos mujeres nos llevan, una por una, con adorable cuidado, y nos introducen por la ventanilla, vestidas de novia.

El señor del sombrero nos acuesta a las dos sobre sus rodillas. Cuando el auto se pone en marcha las temblorosas manos del señor nos tocan por debajo de los vestidos, en las nalgas, en las piernas, en la entrepierna y entre los senos; deshacen los lazos, nos palmotean: sus breves palmadas nos ruborizan, «Qué novias de azúcar», dice. Y ordena al chofer que se apresure. Los ojos del chofer brillan. También él nos espía por el espejo: una de nosotras —después de la inspección del señor— ha terminado con un seno por encima del vestido, como si una fruta se saliera, y el chofer lo ha descubierto y ha estado a punto de chocar. De manera que el señor organiza nuestros atuendos y nos arropa amorosamente, como si nos protegiera.

Nos detenemos frente a una mansión en las afueras. Otros señores muy viejos como pingüinos exaltados nos reciben, nos conducen a un salón dorado, repleto de espejos y lámparas encendidas, toman asiento en círculo y nos rotan delicadamente sobre sus rodillas. Nos besan con sutileza en las orejas y los traseros, nos acarician y gimen. Aquel acto exquisito se prolonga durante horas; sus tiernos gemidos crecen, crecen hasta el rugido.

Por último, nos abofetean, nos lanzan entre sí como pelotas, como si fuéramos muñecas, y en medio de tanto vuelo nuestros vestidos se elevan y ellos se asoman y nos exploran como si no lo supiéramos, y nos dan de beber champaña y la champaña se riega por nuestros senos, y nos desvisten a manotazos, a dentelladas, y se disputan por nosotras pero luego se ríen y nos insultan como si nos aborrecieran desde que nacieron, y nos despedazan a patadas, nos abren hasta rompemos,
de modo que nuestros brazos y cabezas finalizan confundidos, en montón.
Los ojos de ella me contemplan, como yo a ella.
Una de las dos llora.


RECOMENDACIÓN

Si te gustó esta narración te recomiendo la película holandesa “Antonia” ganadora de los premios (Óscar) de 1996 y escrita y dirigida por Marleen Gorris. En este film, la cineasta de los países bajos, logra sumergirnos en un cuento de hadas feminista, donde su personaje, Antonia, regresa a su pueblo natal y establece una comunidad matriarcal, luchando contra todos los estándares heteropatriarcales de principios de siglo XX. Una bella película de principio a fin, que tiene mucho qué enseñarnos.


Compilador: Andrés Galeano

Escritor & guionista. Socio y Ciudadano digital WEFU

Andrés Galeano

Escritor & guionista

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