Según la Organización Mundial de la Salud, cada 40 segundos una persona atenta contra su vida y generalmente alrededor de 800 mil se suicidan cada año en el mundo, dejando así como evidencia que este fenómeno sobrepasa las muertes por otras causas como las enfermedades, incluyendo aquellas de gravedad.
Estas cifras indudablemente producen revuelo, haciendo un llamado de atención a la priorización del manejo de un asunto tan importante como es el cuidado de la salud mental, y que a pesar del intento de contrarrestar los diferentes sucesos presentados durante la pandemia debido a las instancias del momento, no se ha logrado una mitigación significativa en la sociedad.
La salud mental es un tema no incluido para la educación y orientación brindada por el gobierno e instituciones educativas y de salud que deben intervenir desde las aulas, los hospitales para nutrir de conciencia las mentes de los ciudadanos. El señalamiento de la sociedad por sentirse frágil, demostrar las emociones y la visión de que pedir ayuda es un acto de cobardía y debilidad, pensamientos que se han heredado de generación en generación, aislando a aquel que necesita con urgencia de ayuda psicológica y permitiendo que esta ignorancia social se siga convirtiendo en la desgracia de los que viven en tinieblas y deciden lanzarse al abismo porque no encuentran otra manera de salir de allí.
Es precisamente la atención que sugiere un aspecto inevitable del ser humano; la apatía de las personas mayores que crecieron sin una guía adecuada para trabajar su mente y gestionar sus emociones para una vida más llevadera, quienes no transmiten esta necesidad de obtener ayuda psicológica a sus hijos y estos sufren las consecuencias de una carencia de pedagogía para el bienestar, los mismos que gritan de manera desesperada en su interior sin tener las herramientas necesarias para lidiar con las cargas que llevan día tras día consigo.
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